Unos 120 niños, entre los paracaidistas en el sur del sur profundo
13 de mayo de 2015
Entre la cruda necesidad y la desgarradora pobreza, en un terreno invadido por paracaidistas al sur del Sur Profundo, vive un Ángel: un niño de 11 años que a su corta edad ya conoce en carne propia lo que es la miseria. Su nombre es Ángel Gabriel y actualmente cursa el quinto de primaria, es hijo de María Jesús, una de las madres que decidieron invadir aquel lote, como lo hicieran otras otras 150 familias.
¿Hace cuánto tiempo que vives aquí?, le preguntamos al pequeño
-Hace tres meses
-¿Con quienes vives?
-Con mi papá, mi mamá y mi hermana
-¿Te han dicho por qué han venido o decidieron venir a vivir aquí?
- Porque vieron que estaban invadiendo y decidimos venir a invadir también.
Ángel se despierta muy temprano cada mañana, él sabe que después de desayunar un poco de pan y café tiene que salir a jugarse la vida. Desde muy chico aprendió que para conseguir lo que anhela hay que ser inteligente y saltar obstáculos, tal y como él lo hace, cruzando todos los días el anillo periférico con tal de llegar a la escuela.
Por las tardes, de regreso a casa, Ángel ve a los demás niños jugar, niños de piel quemada y con color a tierra, sudorosos por el ejercicio y el inclemente calor que golpea a Mérida; sus panzas a simple vista delatan una realidad: que están mal nutridos. Todos ellos juegan sin siquiera pensar que su futuro está marcado por un porvenir incierto, Ángel no lo piensa mucho y sin dudarlo se despoja de sus zapatos y, descalzo, se lanza a patear una vieja pelota vieja, que a pesar de ser vieja le proporciona gran felicidad.
-¿Tienes amigos aquí?
- Si
-¿A qué juegan?
-Al fútbol y el busca busca
-Y tú ¿cómo te sientes de vivir aquí, te diviertes?
- Si me divierto con mis amigos
-¿Juegan todo el día y toda la tarde?
- Todo el día, toda la tarde y toda la noche.
La casa de Ángel en la imagen de la pobreza misma: no tiene nada, sólo unas tablas que forman de muros y unos cartones negros que sirven de techos y que dejan pasar el sol y la lluvia. En su interior, el piso es de tierra semi aplanada, el calor ahí dentro es terrible, imposible de soportar. El ingenio y la necesidad le llevó a su madre a colocar una tabla sobre unas piedras, misma que les sirve de mesa para cocinar aquella sopa de tortillas con frijol que le sabe a gloria. ¿Carne? ni pensarlo, es demasiado cara y el dinero no alcanza para tanto.
Así se vive en éste como quizá en todos los 1,200 asentamientos irregularidades de la ciudad, olvidados por unos, propiciados por otros y estigmatizados también. Ahí, al paso de los días, muchos Angeles habrán de aprender a ser fuertes para enfrentar la vida que les tocó vivir.
- Y tú ¿cómo te sientes de vivir aquí, te diviertes?
- Si. me divierto con mis amigos.
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Ahí, entre cartones, maderas y desechos vive un Angel, con la cara sucia, el alma blanca y un futuro negro.