Venezolanos buscan un nuevo futuro
03 de agosto de 2017
El Cerro Ávila o Parque Nacional Waraira Repano es una imponente montaña que adorna Caracas, la capital venezolana, de este a oeste. Es considerado el pulmón vegetal de la ciudad con una altura de casi 2200 metros sobre el nivel del mar. Daniel Rodríguez, nombre ficticio de un venezolano que está residenciado en Mérida pero sin la aprobación de la oficina de migración, vivía justo en el pie de la montaña que cubre de verde a toda la urbe.
“Tengo hasta una foto del Ávila, a todo el mundo se la muestro y le comento que los venezolanos somos alegres, que de todo sacamos un chiste. Pero bueno, he tenido que acostumbrarme aquí a las cosas”
Rodríguez entró a Yucatán como turista y decidió quedarse para dejar atrás la pesadilla que significa vivir en el país suramericano, donde llegó a tener una vida propia
“En Venezuela yo trabajaba como auxiliar contable en una trasnacional. Estuve siete años ahí, hasta que decidí salir de Venezuela””
Egresado de la Universidad Santa María, una casa de estudio privada, con título de contador, ha tenido que desempañar otras labores en territorio yucateco.
“Cuando entré era sirviente en una casa. Cortaba el monte, lavaba los pasillos, los carros, pero luego esa familia se fue de Mérida y vi un letrero que buscaban asistente de mecánico, y fui a pedir trabajo, como no tengo papeles es el único sitio donde te pueden contratar”
El contador de título pero mecánico empírico de profesión se encuentra en la capital yucateca junto con su esposa y una hija. Relata que no posee seguridad social alguna, pero acota que siente cierto alivio, debido que tanto su pareja como él, tienen un ingreso semanal, que supera por poco los dos mil pesos, sumando los dos sueldos.
“Yo aquí no tengo seguro, no tengo vale de despensa, trabajo por un sueldo de 1300 pesos semanales, de 8 a la mañana a las seis de la tarde, no tengo más opción que escoger”
Rodríguez acota que ambos sueldos le alcanzan para pagar la renta de la casa y los servicios. Su hija estudia en un colegio público, y él tiene la obligación de buscarla todos los días. Luego la pequeña lo acompaña en el cierre de la jornada laboral. Aunque, el día a día, parece complicado para este venezolano, prefiera estar al límite en Mérida, que estar bajo el techo de su natal Caracas.
“Estoy mucho mejor en Mérida, yo salgo a la calle y se que no me van a robar, yo estoy aquí más tranquilo porque se que no me va a pasar nada”
Aunque asegurar estar más tranquilo, también siente añoranza por lo que dejó atrás, incluyendo su primogénita de un primer matrimonio.
“Tengo una hija de mi primer matrimonio. Dejé mi casa, dejé mi carro que tuve que malbaratar una. En Venezuela yo tenía dos casas, ya vendí una y la otra la rento que solo alcanza para una bolsa de clap para mi hija.”
Una bolsa de clap, dijo Rodríguez. Para los detallistas, se escribe igual que la onomatopeya del aplauso, y es una bolsa de comida que vende, no regala, el propio gobierno, debido a que en los tendejones o supermercados, no encuentran los productos de la cesta básica. Ante esta situación, el asistente de taller mecánico no avizora futuro, solo el presente.
“El futuro, es difícil pensar ahorita en el futuro. Soy muy optimista pero también veo mi realidad. Soy oportunista porque espero arreglar mis papales aquí, aunque se que es bastante difícil, pero esperando que mejore mi situación.”
La historia de Urbano es compleja pero es muy similar a las de miles de venezolanos que se encuentran fuera de la tierra de Simón Bolívar. Por ejemplo, el gobierno colombiano extendió el permiso residencial a más de ciento cincuenta mil ciudadanos provenientes de ese país, y al tiempo, en Ecuador, la cancillería desmintió que 800 venezolanos fueron rechazados, cuando intentaban a entrar a la nación meridioanal vía terrestre.
Nota escrita por
Ronald Rojas
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Algunos de ellos han llegado a Mérida tratando de encontrar una nueva oportunidad de vida