"Mi insomnio y yo... Dios existe"

28 de agosto de 2018

"Mi insomnio y yo... Dios existe"

Habría decenas, cientos de pájaros revoloteando, trinando y gorgoriteando en aquella pacífica noche. Las olas de un mar tranquilo lamían silenciosas la arena y dejaban como tímido tributo una espuma fugas que bañaba mis pies en aquél extraordinario momento en que la Luna, redonda y roja, jugaba a ser Sol con una luz tan brillante que me arrancaba la mirada.

Arriba, muy por arriba, una inmensa bóveda negra incrustada de luces de diferentes tamaños e intensidades, tomada de la mano de aquel gigantesco océano, parecía proteger mi soledad resguarda en Isla Pérez, de apenas 500 metros de ancho y rodeada por el Arrecife Alacranes, con sus 27 metros de longitud que asentaba en el lecho marino sus 50, coralinos y peligrosos metros de altura.

Que pequeña me parecía la Tierra, que insignificantes aquellos pajarracos y que impotente y diminuto yo, recostado sobre mi colchón inflable depositado en la fina y blanca arena, al aire libre, con la sola compañía de mi inseparable insomnio, los ojos maravillados de tanta grandeza y tanta belleza en aquel paraíso donde solo quedaba darle gracias a Dios.

¿Dios?

Posé de nuevo mi mirada en la bóveda celeste donde hay una serie de escalas cósmicas, astros de muy diferentes y variados tamaños como las estrellas y las galaxias, enormes, que mi imaginación no alcanza a comprender ni sus distancias ni su lejanía, donde el Sol es solo una de esos centenares de miles de millones de estrellas de nuestra galaxia.

Y de nuevo los trinos y los gorgoteos de aquellas diminutas aves incansables y escandalosas. Junto a mi colchón algunos cangrejos rojos rascando quizá con la idea de escalar, que afortunadamente no conseguían. Mientras, mi insomnio y yo nos hacíamos miles de preguntas sobre nuestro hacer y quehacer, y el papel que nos corresponde en esa cadena que representamos sobre la Tierra: el por qué, el qué, el cuál.

Pensaba en Darwin y su evolución biológica: Si yo vengo del mono, ¿el mono de quién viene? Debe haber un principio, un origen. ¿Y si la Tierra era una nebulosa que giraba en el espacio como aprendí en la escuela primaria, de dónde viene esa nebulosa?

¿Y los millones de soles y las tantas y gigantescas galaxias de dónde vienen? ¿Y cómo es posible que todos esos cientos de miles se desplacen durante millones de años luz y no se impacten entre sí? Tiene que haber un orden en el Universo que a la vez tuvo que tener un principio.

Mi insomnio estaba cansado y yo, en ese momento, complacido y agradecido. Ese principio y ese orden no es fortuito, me dije, tiene que venir de alguien o de algo. Ese ordenador, ese principio del Universo, ese Ser Superior para mí es Dios, es el Dios a quien he adorado toda mi vida y a quien he tratado de servir en medio de mi inmensa flaqueza y mi mayúscula debilidad humana.

 

Nota escrita por

Manuel Triay

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