"No existe el derecho a odiar"

19 de agosto de 2017

"No existe el derecho a odiar"
Este jueves una persona atropelló con una furgoneta y mató a 19 personas, dejando heridas a otras 50 en Barcelona. Días antes vimos ampliamente cubierto por la prensa el fatal desenlace de una marcha de supremacistas blancos en Charlottesville en Virginia.
Desde hace muchos años intelectuales, líderes y diferentes personalidades han advertido un retorno de discursos dañinos, racistas, discriminatorios e incluso genocidas. Se dice “retorno” aunque en realidad nunca se han ido. Sólo se ocultaron o se endulzaron, pero el sustrato que lo genera sigue vivo.
Estos dos hechos han sacado a la luz a un grupo de personas que creen que en esta sociedad y con las situaciones actuales que tenemos resulta válido que cualquier organización enarbole un discurso en contra de otros grupos o de sus derechos. “Si unos tienen derechos de expresarse los otros también”, dicen. Pues no, no existe el derecho a odiar ni el derecho a creerte superior que otras personas por tu color de piel, por no ser indígena o por no ser pobre.
Tenemos un problema con el término “igualdad”. La opinión pública y hasta comunicadores la entiende como un asunto de partes iguales y de exactitud. Para este sistema de pensamiento es exactamente válida, jurídicamente correcta y éticamente aceptable una marcha por la reivindicación indígena como una marcha en contra de ellos. Esto tampoco es así, no es igualmente ético organizarse en contra de alguien a organizarse a favor de algo o a favor de ciertos sectores de la población históricamente discriminados.
Tampoco es lo mismo la propagación del discurso nazi en Alemania, Polonia, Austria o los Países Bajos que en Latinoamérica. Desafortunadamente aquí en el continente no se entiende muy bien los alcances del discurso nazi y fascista, se ha tomado a juego e incluso personas que son consideradas racialmente inferiores por el nazismo se han agrupado en torno a esa ideología. A esos grados de ridiculez llega el no entender que la ideología que apoyan, alimentan algo que va en contra de ellos mismo.
Hay que ser claros, ciertos discursos y ciertas manifestaciones se han acotado y restringido por una razón histórica. No es que un día a alguien se le haya ocurrido restringir esos discursos porque les parecieron ofensivos. No, no es eso. Es que esos discursos, precisamente por no haber sido combatidos y denunciados a tiempo dio como resultado el ataque físico y el exterminio (sí, porque el discurso se transforma en acción) en Alemania, en Ruanda, en los Balcanes, en Guatemala, etc.
Por eso en varios países europeos tienen mucho cuidado con no soltarle la soga a todo aquello que haga apología, festeje, promueva o trivialice los discursos de odio y de discriminación. Ellos conocen sus consecuencias, las siguen pagando.
También es verdad que la prohibición absoluta no es la estrategia más recomendada, pues los discursos por más estúpidos que sean deben ser expuestos y combatidos, contestados, derrotados con argumentos y con legalidad.
En ese sentido también es obvio que los grupos contra quienes están dirigidos estos mensajes de odio se organizarán y lo combatirán, sin que esto sea un acto de intolerancia. En realidad no es intolerancia sino autodefensa. Si perteneces a un grupo étnico, una orientación sexual o una minoría religiosa no te puedes quedar con los brazos cruzados viendo como algunos sectores hacen un llamado a la violación de tus derechos e, incluso, a tu desaparición.
Pero para el pensamiento falto de criterio organizarse para combatir los discursos de odio es “intolerancia”. Lo dicen desde la comodidad de la indiferencia y desde un privilegio, total a ellos no les afecta, y me atrevo a decir que ni siquiera entienden la implicación de estas acciones.
Ya lo dijo Karl Popper, no se puede tolerar la intolerancia, de hacerlo corremos el riesgo de desaparecer el estado de derecho y aniquilar a la democracia dando como resultado el exterminio de gente.
Muchas desgracias inician desde las palabras.

Nota escrita por

Armando Rivas Lugo

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